miércoles, 30 de septiembre de 2009

martes, 15 de septiembre de 2009

Hambruna en el Antiguo Régimen

“A principios de marzo, al aumentar la penuria, vinieron a esta ciudad unos tres mil pobres, la mayor parte de los cuales, negros, tostados por el sol, extenuados, débiles y en malas condiciones, daban muestras evidentes de su necesidad (...). Y estos pobrecillos que iban vagando por la ciudad, destruidos por el hambre (...), morían de cuando en cuando por las calles, por las plazas y bajo el palacio (...). Debiéndose, por los presentes sucesos, deducir una advertencia para saber cómo comportarse en el futuro, se recuerda que sería necesario socorrer a los pobres de los pueblos mandándoles grandes y suficientes limosnas, prohibiéndoles después rigurosamente la entrada en la ciudad, poniendo guardias en las puertas y haciéndoles salir cuando hubieran entrado. Porque actuando de este modo se conseguirá la preservación de la patria de los inminentes males contagiosos, malignos y epidémicos y se esquivará el tedio y el tormento insoportable, el horror y el espanto que implica una multitud rabiosa de gente medio muerta que asedia a todo el mundo por las calles, por las plazas, por las iglesias y a las puertas de las casas, de modo que no se puede vivir con un hedor que apesta, con continuos espectáculos de moribundos muertos y, sobre todo, con tantos rabiosos que no se los puede sacar uno de encima sin darles limosna, y a quien uno da acuden ciento, y quien no lo ha experimentado no se lo cree.”

Medidas que un médico aconseja tomar en el futuro a raíz de la hambruna de 1629 en Bérgamo (Italia).

C. M. Cipolla. Contra el enemigo mortal e invisible.

Mortalidad infantil en el Antiguo Régimen

“Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada, aunque, ¡ay¡, la mano estranguladora de la muerte nos había arrancado de ella a alguno de sus pequeños ocupantes. Hubo tiempos, tengo que confesarlo, en que me parecía cruel llevar hijos en el vientre para perderlos luego y tener que enterrar amor y esperanzas en sus pequeñas tumbas (...). La mayor de mis hijas, Cristina Sofía, no vivió mas que hasta la edad de tres años, y también mi segundo hijo, Christian Gottlieb, murió a la más tierna edad. Ernesto Andrés no vivió más que unos pocos días más, y la niña que le siguió, Regina Juana, tampoco había llegado a su quinto cumpleaños cuando dejó este mundo. Cristina Benedicta, que vio la luz un día después que el del Niño de Belén, no pudo resistir el crudo invierno y nos dejó antes de que el nuevo año llegase a su cuarto día (...) Cristina Dorotea no vivió más que un año y un verano, y Juan Augusto no vio la luz más que durante tres días. Así perdimos siete de nuestros trece hijos, (...) bondadosas mujeres de la vecindad trataban de consolarme diciendome que el destino de todas las madres es traer hijos a este mundo para perderlos luego, y que podía considerarme feliz si llegaba a criar la mitad de los que hubiese dado a luz.”

La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach.

*El libro es un texto anónimo, posiblemente escrito en el siglo XIX. No pertenece pues, a la segunda esposa del compositor, pero ilustra claramente la vida del mismo y el mundo en que se desenvolvió.

La peste

“(…) Encendiose tanto en Barcelona la peste que no hubo calle corta y pequeña que fuese en la cual aquella no penetrase. Y apenas hubo casa secular habitada en la que no enfermase alguien. Pocas veces se ha visto pestilencia de contagio, que hiciese tanto daño a una ciudad como esta hizo a Barcelona.
La población enfermaba de pestilencia de manera diferente. Algunos tenían tenía grano y vértula y poca o ninguna fiebre, y estos todos vivían. Otros tenían vertula sin grano, con fiebre pestilencial: de estos muchos morían. Otros tenían granos y vértula con fiebre pestilencia, y de estos, los que tenían el grano en los brazos o en las piernas, muchos la campaban, pero los que tenían el grano en los costados, en los pechos o en la cabeza casi todos morían.(...) Los que tenían los granos en la cabeza, tenían las vértulas correspondientes detrás de las orejas.(...)
Al principio, los médicos, no acertaban en la curación porque sangraban y hacían guardar dieta, y no remediaban ni el grano ni la vértula. Después, a costa de muchos que murieron, comenzaron acertar el tratamiento no sangrando y dándoles caldo de gallina o pollo cada dos o tres horas, alternando con cordial o tríaca con agua escozonera. Los cirujanos aplicaban a los granos medicamentos para matarlos y a las vértulas les aplicaban ventosas para hacerlas salir al exterior y luego las maduraban con emplastes y si no se abrían por sí mismas, las abrían con lanceta o cauterio de fuego. Aplicaban también aceites a la cabeza de los pacientes para evitar que estos se volviesen frenéticos y pítimas al corazón y otros medicamentos, así, con buen concierto y orden, curaron a muchos y era tan fácil curar que muchos hombres y mujeres que habían servido a los apestados sabían muy bien curar.
Duró la peste en Barcelona casi por espacio de ocho meses, esto es desde junio hasta principios de marzo (…). El número de muertos de peste en Barcelona, conforme al catálogo que yo vi, que fue remitido al rey don Felipe que estaba en Madrid de parte del señor obispo y de los conselleres de Barcelona, ascendió a 10.723.(…) . Y así aunque de los meses de junio, julio y agosto se envió relación a su Majestad, no fue tan segura ni rigurosa como la de los meses siguientes. Por lo cual se puede calcular que el número total de muertos de pestilencia en Barcelona sería de 12.000 a 13.000 personas más o menos. Esta es la verdadera y fiel relación de la predicha pestilencia de Barcelona, la cual yo he podido escribir como testimonio de vista por estar presente y haber visto todo su discurso.”

Relato de Père Gil sobre la epidemia de peste sufrida en Barcelona en 1589.

C. M. Cipolla. Contra el enemigo mortal e invisible.